Su visión del pasado histórico.
En el corazón de los hombres hay de todo: bondad y lo contrario, abnegación y egoísmo, amor y odio, simpatía y resentimiento.
El dictador decía que el odio había sido el factor de separación y destrucción de los argentinos y que él se proponía unirlos por el amor. “Esta unidad ha de traducirse, en primer término, en unidad social y en unidad gremial, que son los verdaderos fundamentos de unidad de las masas”.
Pronto advirtió que para moverlas tras de una causa, érale necesario excitar su posible disconformismo y provocar su resentimiento. Cuando reclamaba justicia social, les decía que hasta entonces habían vivido explotados por el capitalismo deshumanizado; cuando exigía soberanía política, procuraba convencerlos que los “vendepatria” la habían entregado a la codicia de los imperialismos foráneos; cuando proclamaba la independencia económica, quería hacerles creer que así nos liberábamos de un ominoso colonialismo.
Trazó, de tal manera, un cuadro pavoroso de nuestro pasado histórico. No le creyeron en un principio, pero tantas veces y de tantas maneras lo dijo, que acabaron por admitirlo. País alguno de la tierra había sido, como el nuestro, tan vilmente gobernado por una oligarquía rapaz. Si a comienzos de su primera presidencia reconocía que, aun después de las guerras de la emancipación, habían actuado “con brillo, con eficacia y con patriotismo muchos hombres públicos que han merecido la gratitud de la Nación” (1), no lo aceptó después, y también sobre ellos cayó su indiscriminada sentencia condenatoria. Todos habían entregado nuestro patrimonio nacional, todos habían desoído el clamor del pueblo por una mayor justicia, todos habían obedecido las instrucciones impertidas desde el exterior.
La consecuencia de esa prédica fue, en primer lugar, el recelo de las masas con respecto al pasado nacional, y por lo tanto la ruptura del vínculo existente entre las sucesivas generaciones argentinas, y en segundo término, la oposición a los restantes sectores del país. La desunión, por lo tanto, o sea todo lo contrario de lo que su ideario político decía perseguir.
El dictador decía que el odio había sido el factor de separación y destrucción de los argentinos y que él se proponía unirlos por el amor. “Esta unidad ha de traducirse, en primer término, en unidad social y en unidad gremial, que son los verdaderos fundamentos de unidad de las masas”.
Pronto advirtió que para moverlas tras de una causa, érale necesario excitar su posible disconformismo y provocar su resentimiento. Cuando reclamaba justicia social, les decía que hasta entonces habían vivido explotados por el capitalismo deshumanizado; cuando exigía soberanía política, procuraba convencerlos que los “vendepatria” la habían entregado a la codicia de los imperialismos foráneos; cuando proclamaba la independencia económica, quería hacerles creer que así nos liberábamos de un ominoso colonialismo.
Trazó, de tal manera, un cuadro pavoroso de nuestro pasado histórico. No le creyeron en un principio, pero tantas veces y de tantas maneras lo dijo, que acabaron por admitirlo. País alguno de la tierra había sido, como el nuestro, tan vilmente gobernado por una oligarquía rapaz. Si a comienzos de su primera presidencia reconocía que, aun después de las guerras de la emancipación, habían actuado “con brillo, con eficacia y con patriotismo muchos hombres públicos que han merecido la gratitud de la Nación” (1), no lo aceptó después, y también sobre ellos cayó su indiscriminada sentencia condenatoria. Todos habían entregado nuestro patrimonio nacional, todos habían desoído el clamor del pueblo por una mayor justicia, todos habían obedecido las instrucciones impertidas desde el exterior.
La consecuencia de esa prédica fue, en primer lugar, el recelo de las masas con respecto al pasado nacional, y por lo tanto la ruptura del vínculo existente entre las sucesivas generaciones argentinas, y en segundo término, la oposición a los restantes sectores del país. La desunión, por lo tanto, o sea todo lo contrario de lo que su ideario político decía perseguir.
NOTAS:
(1) Discurso del 5 de julio de 1946.
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